Una nueva comunidad benedictina tradicional de estricta observancia nació el 2 de julio 2008 en Villatalla, un pequeño pueblo italiano situado en Liguria sobre las alturas de Imperia, muy cerca de Ventimiglia y de la frontera francesa (véase el mapa).
Esta comunidad fue fundada por dos monjes procedentes de la Abadía de Le Barroux (Francia), a petición de Monseñor Mario Oliveri, obispo de Albenga-Imperia. Encontrará aquí algunas informaciones sobre este proyecto monástico y lo ocurrido durante su reciente instalación.
Esta información religiosa es sobre todo una llamada a la caridad de su rezo y una solicitud de ayuda material de parte de quienes la pueden proporcionar. Gracias de todo corazón.

martes, 30 de octubre de 2007

Carta del RP Dom Jehan a Mgr. Oliveri


PAX
A Su Excelencia
Monseñor Mario OLIVERI
Obispo de Albenga-Imperia

Excelencia y estimado Monseñor,

De todo corazón le agradezco su llamada telefónica de ayer, y que me haya comunicado con sencillez su parecer sobre el problema de las concelebraciones que divide nuestra comunidad. Nuestra conversación me sugirió unas cuantas reflexiones que quisiera confiar a su Excelencia.
[…]
Si nos atenemos a la ley canónica, el canón 902 da a entender que la regla general en la santa Iglesia es la celebración individual de la misa, y que la concelebración solo está “autorizada” (sacerdotes Eucharistiam concelebrare possunt), que a veces está incluso prohibida y que, en todos casos cada uno sigue siendo libre de celebrarla individualmente. Entonces sería injusto reprochar a todo sacerdote y a toda comunidad de no concelebrar.

Nuestra comunidad se edificó en torno al rito exclusivamente tradicional, era su derecho y la Iglesia se lo reconoció a través de sus Constituciones. Habiendo leído atentamente éstas, mi antiguo profesor en la facultad de derecho del Opus Dei, Monseñor Stankiewicz, actual decano de la Rota, me lo confirmó enteramente en junio 2006. La ley propia (lex propria) de los diversos Institutos no es ley territorial, dando por ejemplo que pensar que el rito tradicional de la misa solo es obligatorio al interior de la abadía. El comentario del Código redactado por la Universidad de Salamanca explica al contrario, a propósito del Can. 13, que “algunas leyes afectan directamente a sus destinatarios, no por su vínculo con un territorio sino por un motivo que les concierne más personalmente, de tal modo que dichas leyes siguen las personas a ellas obligadas por donde quiera que vayan”. Nuestra ley propia nos sigue obligando, pues, hasta al exterior del monasterio.

Es evidente que esta elección comunitaria, canonizada por la Iglesia, se fundamenta en convicciones de fé, que la jerarquía parece no haber siempre comprendido y menos aún aceptado. Vinculados “colegialmente” a instituciones ecclesiales en crisis, los obispos, demasiado a menudo impregnados del espíritu del mundo y de sus ideologías, solo han conseguido paralizar la vida sobrenatural en las almas. Después de cuarenta años de tal régimen las drámaticas consecuencias aparecen tristemente delante de nuestros ojos. Y entre ellos los que lo admiten y lamentan no siempre llegan a reaccionar con los medios y el vigor necesarios

Nuestro apego al rito tradicional es una unión de la fé y del amor que, parecida a la unión conyugal, nos obliga a una fidelidad exclusiva. Supone y pone de manifiesto una teología y una pastoral que no pueden concordar con una liturgia que da la espalda a Dios en el diálogo y el “estar juntos”.

“La reforma litúrgica, reconocía ya el Cardenal Ratzinger, ha causado daños sumamente graves para la fé” (La mia vita, ed. San Paolo, Roma, 1997). La denunciación y el derribo por Benedicto XVI del tabú del “conciliarmente correcto” o del “espíritu del Concilio” poco a poco liberan los espíritus, y cada vez más Pastores y teólogos reconocen públicamente las carencias y ambigüedades doctrinales del N.O.M. Ahora bien, como lo recordaba Juan Pablo II, “la Eucaristía es un don demasiado grande como para poder soportar ambigüedades y reducciones” (Ecclesia de Eucaristía, n° 10).

Este es el drama que vive la reacción tradicional : mientras quiere conservar la unión jerárquica deseada por el Señor, se niega a vincularse a un rito en el que, aunque sea válido y legal, no reconoce el testimonio auténtico de una fé sin equívoco. El Cardenal Ratzinger se daba perfecta cuenta de ello cuando escribía en su autobiografía : “Estoy convencido de que la crisis de la Iglesia que vivimos hoy se debe en gran parte a la desintegración de la liturgia”. ¿No es esta la razón fundamental por la que el Papa mismo aspira a reformar la reforma litúrgica sobre el modelo de la misa de siempre?

Es verdad que este grave fallo de la liturgia actual, incluso cuando la celebran con la dignidad requerida, no resulta siempre ni facilmente perceptible a los espíritus teológicos puesto que el lenguage de la liturgia no es el de la doctrina. Esta manipula los conceptos, aquella los signos. Esta se dirige a la inteligencia, aquella al ser humano entero, cuerpo y alma. « La liturgia », decía Péguy, « es teología relajada ». Si la liturgia es obra de la fé de nuestros Padres, es por consiguiente su expresión y su depositaria. Todo lo que contraría el sentido litúrgico tradicional es al menos equívoco. A título de ejemplo, el contra-altar al revés hiere instintivamente la piedad litúrgica. Solo conozco un obispo – esto le honra, Monseñor – que haya pedido a sus sacerdotes que quiten la mesa colocada delante del altar. La orientación litúrgica significa en efecto que el culto que rendimos es primero para el honor y la gloria de Dios, y no una autocelebración de la asemblea que, diálogo obliga, necesita colocar el crucifijo de lado ; en el centro molestaría. La liturgia que recibimos de toda la tradición dos veces milenaria de la Iglesia es Opus Dei y no opus hominum, una liturgia que viene de Dios y no una liturgia “fabricada” como lo escribía el Cardenal Ratzinger.

La mentalidad tradicional, aún reconociendo la validez y la legalidad ecclesial del N.O.M., no encuentra en él la plena expresión de su fé. Tal es la razón profunda de su alejamiento con respecto a él y de su rechazo instintivo de emplearlo. La concelebración, ni obligación jurídica ni siquiera necesidad teológica, no le choca como tal. En nuestra época donde se experimenta una particular necesidad de sentirse juntos expresa, es verdad, un vínculo fraternal entre los sacerdotes que es un signo de comunión ecclesial. Lo que rechaza la mentalidad tradicional es más el rito que la concelebración misma. Sin embargo, prefiere y con mucho la forma más antigua con diácono, sub-diácono, ministros inferiores, que pone de manifiesto una comunión jerárquica más expresiva de una sana ecclesiología que una comunión igualitaria, influenciada por la mentalidad democrática de la sociedad.

Dom Gérard, nuestro fundador, compenetrado como Dom Guéranger con la idea litúrgica, escribía en una de sus numerosas obras sobre este tema : “La Iglesia, Esposa y Cuerpo místico de Cristo, es la más diversificada, la más estructurada, la más jerarquizada sociedad que existe : desde la cumbre hasta la base todo en ella lleva el sello de una jerarquía sagrada dimanada de su centro vivificante. Esta Iglesia celestial, integrada por ángeles y elegidos que nuestros pintores primitivos representaron con los ojos muy abiertos, las manos juntas y colocados en orden alrededor del Cordero, desde los grandes Serafinos hasta las almas del Purgatorio que suben a tomar sitio entre los innumerables coros, ella es nuestra verdadera pátria, y viéndola esbozarse delante de nuestros ojos hacemos el aprendizaje de la eternidad.” (La Sainte liturgie, éd. Sainte-Madeleine, p. 59-60, Le Barroux, 1982.)

Perdone, Monseñor, la franqueza de estas palabras que sin duda requieren matices ; es antes que nada la expresión de un deseo de ser transparente con respecto a su Excelencia. Espero que no me guarde rencor de nuestras eventuales y legítimas divergencias, sino que al contrario me permita contribuir a su ministerio sagrado, en unión con el Papa y todo el colegio episcopal, por el testimonio de la obediencia filial, de la oración y del ejemplo. Si de momento se revelara difícil encontrar un lugar donde me pueda instalar solo o con un compañero o dos, ¿podría Vd. darme al menos su conformidad de principio para admitirme en su diócesis? Con la ayuda de varios sacerdotes que me manifestaron su gran deseo de una presencia monástica entre ellos, podríamos entonces buscar juntos una solución práctica. Nunca le agradeceré bastante que me quiera conceder la gracia de proseguir con mi vocación de hijo de san Benito en la paz recobrada.

Rogándole, Excelencia y estimado Monseñor, tenga a bien bendecirme y aceptar mi respetuosa y religiosa dedicación en Nuestro Señor y Nuestra Señora.

Fr. Jehan, O.S.B.